TRES POEMAS

(Entre veintidós mil versos sentidos, vividos y escritos y editados he elegido éstos ciento dieciséis como recordatorio de un inicio de partida hacia una de mis otoñadas más diáfanas y frutales).

Homenaje. Recordación (1.994-1.996)

Mujer, que conmigo malvives, no soy virtuoso,
no tengo la blancura estampada en mis mejillas,
pero ni me amo ni me sirvo de la amistad o adulación
para alcanzar la gloria, el pedestal o el cetro.
Si me amara, trinaría en vez de cantar,
escarparía las cumbres para disfrutar de un maduro fruto,
y allí me establecería con innombrables hombrecillos,
que diciendo ser amigo de las nieves,
se revuelcan en dorado lodo que emana de los contubernios.
Si me amara, mujer, que no valoras mi pobreza,
ni mi esplendor de renegado ángel,
establecería mi tienda a las puertas de los mercaderes,
mis servicios prestaría a quien mejor pagara
mis ornamentos y frutos, mis plegarias y trinos.
Despreciaría, como tu desprecias,
la ingenuidad de la pureza,
la candidez de la utopía
y la sublime esperanza de cada amanecida.
No me cuido,
                     abofetéame,
soy un idiota,
                      no me amo, compadéceme;
las bestias mas azotadas se aterran ante la incomprensión,
que me entregas perrunamente por debajo de la puerta.


Mujer, que conmigo malvives, no, no me amo.
Pulso mi cítara para cantarme.
Rompo las cuerdas de mi guitarra
para provocar la compasión de los dioses
y exigirles mi parte de la divinidad,
que corresponde a mi esencia
de creador inadvertido, pero no me amo.
Si me amara cambiaría mi rebeldía
por sumisión al ídolo
que reparte bisutería, dolo y azuladas cremas.
Me comportaría como comportarse suelen
los perros de lujo, los remilgados corderos,
los amos de las finanzas enmaridados
con hermafroditas servidores de financieros, los ancianos narradores cornudos,
que sin amar y enterados,
adornan su plateada cornamenta con fama
regalada a la desdibujada y licenciosa amada.
Soy un poeta,
que cuando dialoga con la cordura,
y la locura me niega su apoyo,
vivo entra calima, que deserción y ambigüedad provoca. No soy ángel ni en mi alma late el divino anhelo de la locura, predicada y vivida por Camilo de Lelis y Juan de Dios,
pero aún cantándome y exigiendo a los dioses inferiores
mi botín adquirido en el asalto a la Olímpica Mansión,
ni me estimo ni me amo ni me encomiendo a Eco y Narciso.
Si me amara usaría palabras desmayadas, mágicas, sutiles,
de aterciopelado tacto y sonoridad meliflua,
e imitaría a los ruiseñores de flautas académicas.


Mujer, cansada de mi ideal y arpegios, que conmigo malvives.
no, no, no me amo,
                               no me cuido, no me aliento
                               no pulimento mis esquirlas y asperezas.
Amo los ya apagados calores de tu bajo vientre,
limitado por el furor de agostos transgredidos y olvidados,
amo lo nenúfares que colocas cada anochecer
en tus sábanas de raso confeccionadas por Venus y Adonis,
la oquedad entre dos esculturales piezas de ardiente mármol,
que se pulen en las curvas armoniosas de tu cuerpo electrizado.
Y con propulsión, ternura y agradecimiento
amo el ungüento que depositas en las heridas
que mis demonios y fantasmas envenenan,
cuando pretenden sepultarme con hados, parcas y quimeras
para empobrecer mi esperanza, extorsionar mi mensaje
y privarme de la esfera, donde tu, mujer,
que me reprochas mi canto de urogallo y cisne,
te sientes protegida por ecos, narcisos y vulcanos.


El milagro del amor ingrato
dan sentido al dolor, la muerte y la eternidad.
Ven a mi lecho, mujer,
ayer sepultado en vulgaridad obscena.
Necesito tu cálida presencia
entre las ondulantes sábanas de raso
para que cubras aún mas mi ceguera
y repiquen a muerto vivo
las acrisoladas campanas de tus pechos
y los farolillos de tus dedos.
ven a mi lecho, mujer,
tus curvas hélicas sobre las superficies del tálamo
suavizan las angustias que destilan mis demencias
y acarician carne encendida
con mimo y goce de aura
que nace en las mas albas y altas luminiscencias
del rocío y la nieve.
Alíviame con tus verdades y mentiras,
y muéstrame hasta consumirme
hechicerías y sortilegios
de tu cuerpo cóncavo y convexo.
Porque soy hombre espinoso y solitario,
desasistido e impuro
recorriendo longitudes inmedibles,
creo en ti más que en el cielo y sus ángeles.


Quiero clavarme en tu cuerpo que rescoldo ensalma,
ahogarme en la laguna de tu cuerpo diamantino,
beber en tu pubis, senos ambrosía y vino,
y en tí enterrar las luchas que mantengo con mi alma.
Desecha imprecaciones, rebeldías, y mi calma.
Esquiva mis guerras con la muerte y el destino,
dame danzas, fulgores y vientre venusino
con cimbreos de gacela, mimbre, junco y palma.
Hora es de olvidarse de la hortiga y el espino,
momento es de bañarme en tu acequia molinera,
enclaustrarme en hierba de tu herbosa enrededadera
y en tu celda se nutre con magia de adivino.
Quiero ser simiente, arado, forja y sembradura
buscando en tu arboleda hontanar y remolino,
y afirmar mi tálamo-herramienta en tu espesura,
y olvidado de aromas que guarda la aventura,
ser carreta, yugo y fruto en tu único camino.

(Entre veintidós mil versos sentidos, vividos y escritos y editados he elegido éstos ciento dieciséis como recordatorio de un inicio de partida hacia una de mis otoñadas más diáfanas y frutales).

GIJÓN DICIEMBRE, 31, 2.003. LUIS VALDERRAMA MODRÓN